Vuelta de La France
Esta mañana, sobre las once de la mañana subía por las escaleras del metro de mi barrio de Madrid. Ese donde he vivido tantos años… Es raro pero los acontecimientos de los últimos días han hecho que esos mismos escalones que reconocía como míos se vieran extraños, como pertenecientes a un mundo al que ya no quiero pertenecer yo.
París, son decenas las estaciones de metro cuyos escalones he ascendido, cuyos pasillos de suelo negro gomoso he pisado y cuyas puertas automáticas de salida he cruzado. ¿Cuántas veces habré introducido aquello que yo pedía como “un bitllet pour tout le jour”? El haber estado en esa ciudad tan especial dos veces en menos de tres meses hace que le haya cogido un punto de cotidianeidad; como si subir a la Torre Eiffel fuera algo que hiciese dos veces al año, como el baño con espuma y sales que me doy cuando acabo los exámenes.
Antes de París estuve en Rouen, a unos 100 kilómetros, que aloja la segunda catedral más alta de Europa y a tres de mis amigos de la Universidad, en su Erasmus, y ahora en la vuelta, a muchos otros amigos que se han ganado un pedasito en mi corazón. Siendo sincero siento un poco de envidia por la vida que llevan ellos allí y a la que puedo mimetizar la mía tan sólo en vacaciones, sintiéndome un poquito parte de ellos.
¿Cómo puedo decir esto? Pues es que hasta cierto punto he llegado a sentir un poco como mías tantas cosas que ahora les pertenecen a ellos: las barandillas de la residencia, el olor de sus pasillos, las líneas de autobuses (T-1 y 4) que suelen utilizar para ir al centro, el rumor del francés en el centro de Rouen…
Tantas cosas que la melancolía empieza a levantar cabeza; y me durará un par de semanitas. Han sido ocho días geniales, gracias a todos los que lo han hecho posible.