Espejismo marítimo
Este verano estuve un par de días con una amiga y sus amigos por la costa levantina. Recuerdo que yendo en coche, en el asiento de atrás, me fijé en la costa, en la vegetación. Cuando no estábamos en la costa miraba los pueblos a lo lejos y me acordé de cuando Andrés Hurtado, protagonista de “El Árbol de la Ciencia” de Pío Baroja, se iba un tiempo a un pueblo de Valencia a estar con su hermano pequeño.
Y de repente, quizás también por otras cosas, lo ví como un lugar puro, vivo, verdadero; a pesar de la especulación urbanística. Supongo que es fácil poner en un altar a las cosas que no se conocen en profundidad y me suele pasar a menudo con los lugares. De cuando en cuando dejo de ver Madrid con los ojos de un habitante más de aquí y lo veo “en modo turista”. Sí, Madrid también es maravilloso.
Pero a lo que iba, que me pierdo por otros derroteros; ese paisaje, la naturaleza cercana al mar, … Estuve tan sólo dos días y eso hizo que se me quedara en la mente como un sueño. Pues bien, hace un mes, en una reunión de trabajo, miré por la ventana y de repente ví eso mismo: mar, palmeras, ese color amarillo pálido de la tierra, la brumilla, … No era eso a lo que estaba mirando: era la sierra madrileña en un día de contaminación y niebla; y al mirar al infinito me imaginé el mar; y al ver los árboles me imaginé palmeras, y confundí la contaminación madrileña con la neblina alicantina…
No, no mentían las historias, los espejismos existen.