Miguel busca su sitio
Hay un rumor de rasgueo en cada uno de los altavoces de la habitación; como una caricia suave en el pelaje invisible que existe en cada centímetro cuadrado de mi piel.
Ronroneo interior que se hace de escuchar; como un gato acurrucado buscando en su genoma el último antepasado que decidía cada invierno aletargarse y dormir durante un par de meses. Eso es lo que quiero… hibernar, olvidar durante un tiempo lo que he sido y lo que soy.
Gotitas de lluvia bailando monotónicas tras mi ventana: siempre hacia abajo, sin mirar atrás. Hay un mundo de sensaciones que nos perdemos tras cada ventana, visto desde fuera o desde dentro. Hoy ya no llueve, pero las borrascas de hace días calaron hasta el punto de que a veces, sin venir a cuento, me entra un escalofrío.
Hay tantos caminos sin recorrer hasta el final que me veo como un manojo de hilos cortado sin cuidado, sin intentar definir con sus puntas una función matemática sencilla. Como la que define el corte de cada uno de los tubos resonantes de un órgano gigante, ese con el que Gea hace agitar los hilos de la rueca de Fortuna.
He pisado miles de caminos y no he llegado más que al fin de unos pocos. Quiero, al mismo tiempo, aletargarme y descubrir, quiero cambiar mi vida por la que tú has soñado para mí. Pero parece que, como las palabras indican, eso es un privilegio reservado a los sueños; durmamos entonces… Y si despiertas y aún sigo dormido, levántame para empezar juntos otro camino.