Vuelta de Fallas
Cierro los ojos y, sin aún soñar, empiezo a recordar los lugares que he hecho de alguna forma míos en los últimos meses… El sentimiento que tengo cuando soy consciente del proceso de que algo ajeno empieza a formar parte de mí es de los que más me gustan. Para mí, hoy, esos lugares son el albergue de Berlín y la casa donde estuvimos en Valencia.
No es algo tan extraño; cuando sales por tu portal y ya no es extraña esa acera ni el olor típico de la que ahora es tu calle. O el salón de las personas que te acogieron hace menos de 48 horas que ya es curiosamente familiar. O la canción que descargaste ayer y hoy no puedes dejar de escuchar, una y otra vez, sea por lo que sea.
La rutina te destroza y, como todo, es relativa. ¿Qué es rutina? Para mí algo lo es cuando no valoras los cambios que, para bien o para mal, siempre existen. Ganar y perder, soñar y despertar, mirar y evitar miradas, mil un besos o ninguno… No existen fórmulas para describir la relatividad de los humanos… La masa al cuadrado multiplicando a la velocidad de la luz no es ya más energía; es fácil, no hay masa, sólo energía.
Estos días en Valencia han tenido menos de pensar en este tipo de cosas de lo habitual, pero sí me fijé en lo que deben saber (o al menos practicar) de todo esto la gente que vive levantando con sus manos esas obras de arte que son las fallas. Disfrutar del trabajo y quemarlo para poder seguir trabajando parece ser una del centenar de ideas que surgen al ver arder tanto trabajo en tan solo unos minutos.
Aunque, por otro lado, también hay momento para la crítica, como en el artículo de Trini Simó titulado: Las Fallas o la ocupación insaciable, publicado en El País y en el que se relata cómo cada año esas fiestas vuelven más y más la espalda a los propios valencianos; cómo la megalomanía hace dejar las cifras a un lado y no para economizar sino para derrochar; cómo, y quizás sin querer, se fomenta una fiesta salvaje llena de acción, de movimiento, de color, pero escasa en diversión saludable, conocimiento de la ciudad y disfrute por y para todos.
Era la segunda vez que visitaba Valencia y la primera desde 10 años atrás y ha sido increible, sobre todo por la gran acogida de esos dos ángeles que tuvieron a bien tomar el riesgo de aceptarme a mi y a otros cuantos como inquilinos; aunque al final creo que se cumplió aquello de 2+2=5… En decibelios por supuesto