De vuelta de Berlín
El volver de un viaje siempre conlleva una retaíla de sentimientos; y más en uno como este en el que ha sido como un día contínuo que ha durado ochenta y tantas horas, porque dormir dormir, hemos dormido unas 12 horas en total.
Berlín es una ciudad apasionante, toneladas de gotas de historia en una ciudad que en 1945 estaba destruida en casi su totalidad. La historia de Europa se puede ver reflejada en esa ciudad. Hay una actividad que es inevitable hacer: los tours “gratuitos” que hacen estudiantes, en muchos idiomas y cobrando “la voluntad”. El del primer día fue una toma de contacto genial con la ciudad, muy bien contado, mucho ver y mucho andar, gracias a Raquel.
El del segundo fue al campo de concentración de Sannsenhauser, a 75 km de Berlín y aunque estuvo muy bien contado es algo duro de ver, de pensar, de sentir. Será el cerebro, pero nunca había olido algo así. Saber que en el mismo metro cuadrado que estás pisando cientos de miles de sentimientos de dolor, sufrimiento, desesperación o impotenciase se han producido en el cerebro de alguien que estuvo ahí te pone los pelos de punta. Sobre todo cuando de vez en cuando te dedicas a darle vueltas y vueltas a los sentimientos, dándole importancia a la duda, al amor. Un vaso de agua ahoga a aquél que no está acostumbrado más que a unas gotas de ella en la lengua.
Por otro lado la noche berlinesa es animadísima y pudimos ver dos muestras de ella: una en una discoteca hecha en unas cuevas, con música de más estilos, el
“Qdorf“; y al día siguiente en una nave industrial muy electrónico todo: el “María“.
Tengo ganas de ir contando más cosas, pero el sabor de boca es inmejorable.