Cama de agua
Te despiertas y te encuentras contigo mismo. Hola. Estoy aquí. Soy yo. El calor de tu cuerpo que durante toda la noche ha acumulado el nórdico está ahí acompañándote. ¿Qué es lo que realmente te mueve a salir de esa auto-matriz tan acogedora? Sí, sí, me refiero a qué interruptor cerebral hace que abras caparazón de tela y plumas, te levantes, enciendas el ordenador, la radio, … Tantas cosas de repente y sin anestesia.
Alguna vez ya he hablado de las múltiples “camas” que existen a lo largo de la mañana. Porque no menos confortable que la cama es ese momento en que, tras dejar correr un poco el agua y terminar de desnudarte, te metes bajo el agua de la ducha. Vaya, la cantidad de problemas que hay fuera de las fronteras de ese agua que cae y llena de una fina capa de líquido elemento a cuarenta grados y tú ahí dentro. Si quieres puedes olvidarte de todo; yo personalmente pienso durante esos 3 minutos que no hay problema importante, que las cosas que te preocupan en el día a día no pueden compararse, ni de lejos, con la de cosas increibles que sí que hay en tu vida.
Algún día comenté que quizás no había problema grande o pequeño, que todo es relativo. Pues yo creo que sí hay alguna vara de medir para este tipo de cosas; y afortunadamente, nos ha tocado el lado que refleja del espejo. ¿Por qué digo esto? Porque, al igual que un espejo, no hacemos más que vernos a nosotros mismos y este lado no deja ver lo que hay al otro. El lado donde no hay sino un muro de gris mate, sin reflejos, sin luz…
Y todo esto, bajo la ducha.