Frío
Volviendo en el búho a casa todo era extraño. De dos semanas a esta parte ha llegado el frío que caracteriza el invierno de las ciudades del interior de España (el de unas más que a otras). Un chico comenzó a tocar el saxofón y la calidez y el olor a humanidad hizo que todos nos sintiéramos un poco más resguardados.
Luego llegando a casa iba andando por la calle. Me encanta la sensación de estar calentito entre tanto frío: leotardos, pantalones de pana, un jerseicito y una chaqueta de lana, palestino, gorro y guantes… Los ogros son como las cebollas. Y las cebollas son como una fruta jugosa si le quitamos los añadidos que Matrix les da.
Y ahora, a pocos metros, mi cama me espera. Deslizarme dentro despacito, luego un rápido movimiento de piernas para que esa energía cinética se transforme en un calor propio de mí, para que yo lo disfrute. Hoy no veré por la ventana el cielo naranja de Madrid: no hay nubes… Pero doy por seguro que dormiré como un bebé incapaz de tener preocupaciones, como el aire que duerme sobre nosotros en cada momento que nos olvidamos de él.
Y el PageRank de mis sueños subiendo poco a poco, punto a punto, hasta hacerme desaparecer por unas horas de este mundo. Quizás susurre “creo en las hadas” para que me acompañes desde la lejanía, cada uno en sus espacio. Y te deseo, como hizo el saxofonista al abandonar el barco con ruedas en que íbamos: a cumplir sueños.