Convivencia
Yo tengo la opinión de que no llegas a conocer una ciudad si no utilizas su transporte público. Pues con las personas pasa algo parecido: tienes que buscar su cotidianeidad para saber qué se esconde realmente bajo esa sonrisa -que quizás sea falsa- o bajo esa mirada perdida -que quizás esté buscando algo tan increible que se te escapa si no le preguntas-.
Este fin de semana ha discurrido en un refugio en la montaña, entre música de percusión, comida para 30, muchas conversaciones, alcohol y sentimientos. Algo así no es sólo lo que se viene denominando “fiesta”, sino un ejercicio de conviencia y descubrimiento (redescubrimiento en otras ocasiones) de los demás que dificilmente se da de otra forma. Gracias a ello me ha sorprendido encontrar tesoros donde creía que ya no había nada, ver que otros siguen estando donde están y corroborar que hay lugares donde los que no creo nunca encontrar nada.
Yo sé que ni de lejos soy una persona con la que sea fácil convivir, hay gente mucho más cosmocostumbrista que yo. Pero tampoco me atrae la idea de ser alguien que no influye ni un poquito en la vida de los que le rodean… E intentar ser así es una apuesta con un cierto riesgo: a los demás puede gustarle o no cómo influyes en su vida. O lo tomas o lo dejas. convivir es un juego contínuo de influencias, sus consecuencias, y las reflexiones que estas provocan.
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Parece que no pero la vida en la ciudad te aprisiona un poco el cerebro, coarta tu capacidad de pensar en cosas que ella no te ofrece. Pero cuando sales de ella es increible lo rápido que te sientes cómodo entre árboles, viendo cómo hay animales sin ningún tipo de correa y cómo Madrid se autofagocita poco a poco en su propia nube de contaminación.