Carta devuelta, destinatario ilocalizable (iii)
¿Puedes creer que en una noche tan maravillosa estemos separados? Abre la ventana, huele el aire e intenta olerme a mí desde la enorme cantidad de centímetros que nos separan. Mira que llegar a creer que tu mente me enfocaba al menos una vez por semana…; el mundo está lleno de soñadores, tantos como sueños pueden existir.
Hay algunos que hablan de sueños, y cada uno con el suyo. El mío es tener la libertad de oler tus brazos sin dudar que me responderás cerrando tus ojos y con una sonrisa. Desayunando tus labios mientras amanece.
Admiro e intento parecerme a aquellas personas que consiguen que sus sentimientos pasen medianamente desapercibidos tras desnudarse en la red, con palabras, con ojos sordos a aquello que, si lo oyeran, les haría vomitar. Conozco a algunas de esas personas y procuro admirarlas como personas, no como dioses.
Lo tuyo es distingo, algo que se mezcla con todo y por ende lo encuentro en cada esquina. Como si cual Gretel hubieras ido obligando a cada adoquín de esta ciudad a acordarse de tí, justo en el momento en que lo piso; siempre tropiezo con los caminos que has dejado marcados. Hay cosas que sólo los dioses pueden hacer; y como hombre de bien me niego a creer en ellos, aunque esto cada día me haga asombrarme más de haber encontrado a alguien tan increible, de darme cuenta de que sólo por ver cómo vas existiendo en el mundo todo ha vuelto a tener sentido, aunque me faltes.