Carta devuelta, destinatario ilocalizable
Ya llega a casi toda España el otoño con sus características lluvias, viento y truenos. Hoy al salir de una boca de metro y encontrarme tanta agua, humedad, y luz naranja parecía que no iba a amanecer nunca, como si fuera imposible que alguna vez volviese a haber día.
Aunque por gracia o desgracia esto no es así y mañana volverá a amanecer, con más o menos nubes, pero volverá todo a su estado natural. Mañana no tengo por qué salir de casa en todo el día y, si está lloviendo constantemente, no creo que lo haga. Total, el mejor momento de hoy fue bajo la ducha mientras oía sonar algunos mp3 en los cuatro altavoces de mi habitación; tenía la sensación de que el agua era la única cosa en este mundo que podía tocar todo mi cuerpo a la vez y hacérmelo sentir. No recordé que en mis sueños eres un ángel.
Y me planteo que si salgo a la calle tal vez el viento se lleve tu sonrisa de mi memoria… Deberían cambiar muchas cosas para que todas las mañanas refrescaras la imagen de felicidad que tengo de tí, cuando te despiertan mis labios.
Recuerdo cómo llovía en Galicia, igual que en Madrid: de arriba a abajo y a veces de lado. Pero al llegar al suelo aquí la lluvia huele a cañería abierta, como un saco de cemento atravesado por un paraguas puntiagudo que le aparta del agua. En el norte la lluvia huele como debe oler el albornoz de Dios, si es que hay alguno por aquí cerca.
Buscar y buscar, buscar el momento para buscarte y no encontrar más que un estómago encogido cuando me despierto por las mañanas. Quizás esperaba cruzarme contigo yendo a Santiago, pero creo que ni a mi mismo me encontré. Es difícil encontrarte si ni sé dónde estás ahora, aunque lo sepa, aunque alguna compañía de móviles tenga tu posición en alguna memoria volátil, o en algún registro de una base de datos perdida en el sótano de un edificio sobre cuyo tejado llueve, y llueve. Y corre el viento que finalmente acabará por llegar a mi cara y borrar tu sonrisa de mis recuerdos, tus ojos de mis ilusiones.