Huida de un hombre
A veces me pregunto qué pinta el ser humano en este sitio, con tanta tierra, tantas luces en composiciónes estudiadas por psicólogos, tantos árboles (plantados por él), tantas carreteras y tantas aceras de cemento (también por él, qué coincidencia, ¿no?).
Y es que el hombre se ha disuelto como un terrón de azúcar en un café caliente: por todos lados y por ninguno, mezclado entre el estiercol en el sur y alimentando su propio basurero privado en el norte. Como un marinero que se ha perdido en el mar y se entretiene destrozando su propio barco.
Yo en mi vida personal estoy harto de vaciar cada mañana el recogedor lleno de autoestima en la basura. Ya no sé si pertenezco a esta ciudad, a alguna otra cuyo nombre no he oido nunca decir; o al mundo entero, ese que se derrite en pasos de gigante, con pies de arcilla.
Ayer le dije a alguien, entre música estruendosa y humo acumulado, que se fuera acostumbrando a oir en las noticias y en el crujir de sus ventanas los atentados terroristas. Para mí un atentado en el que mueren decenas o cientos de personas no es más que la versión humana de los terremotos: desigualdades en dos placas tectónicas que entran en contacto y que generan una vibración, un violento crepitar en el aire que siembra vidas muertas tras de sí. Porque tan vida es la mía como la de un gusano que se pierde entre la tierra, aunque la mía me importe mucho más a mí, y quizás a tí aunque no lo sepas. Extrapola, que te equivocarás pero hallarás el camino hacia tu verdad. Es increible la de gente que nos importa aunque no nos queramos dar cuenta.
Cuando me siento a pensar me gustaría tener al menos dos de cada siete días para darte un pasaje en la más bella historia de amor. Como si yo mismo me presintiera implicado en tí, en tí, en tí… Es que esa canción se me pegó hace algunos años y aún la tengo ahí, a fuego.