Madrid en verano es de la juventud

General

¿Cuántos somos los jóvenes que nos quedamos solos en casa en verano? ¿Cientos? ¿Miles? Es gracioso porque hablas con algún@ colega y le comentas, Pues estoy solo en casa, vente a dormir si quieres, y te contesta, Pues como yo, ya llevo una semana y no me queda comida en el congelador, ¿hoy martes abrirá el centro comercial?

Parece coña pero es verdad, en verano somos un montón los que nos hemos quedado solos en casa, actuando de dueños y señores de los hogares que con su sudor pagaron (o aún pagan) nuestros queridísimos padres. Y se establece como una red neuronal o algo parecido, con sinapsis entre “casas solas” que terminan por dejar a tu disposición un montón de lugares donde esparcirte, intercambiar o compartir conocimientos, tardes de actividad, sexo o recetas de cocina.

Es curioso ir a los supermercados y ver que las diferentes razas del SuperSol o el Día se han resumido en dos: viejos que se conocen todo demasiado bien y se queja por todo y jóvenes que por no conocer no sabemos dónde está el supermercado, total los chinos ya venden cerveza y pipas, ¡pa qué quiero más, madre! y entran con cara de desconcierto. Al cruzar la puerta, andas sin saber por dónde se pasa a “eso de hacer la compra”, si por donde hay una barra que esperas se abra al acercarte o por donde no hay nada; y una vez dentro todo es extraño, porque es como un Alcampo pero en miniatura; y en vez de coger tú el pollo para empanar se lo tienes que pedir a un señor de poblado entrecejo, bata verde y negra (¿!¿hace cuanto que no va al Mercado de Fuencarral?!?) y un cuchillo que se lo deben dar al acabar eso de Manipulación de Alimentos. Y es cierto, en verano terminas por admirar a aquellos compañeros de la universidad que viven en pisos compartidos y han de comprarse las necesidades de cualquier persona que no vive con sus padres, porque el mundo del supermercado es algo sobre lo que alguien debería hacer un monólogo, que da mucho de sí.

Tras la compra llegas a casa y hace calor, pero no importa, tu casa eres tú y tú tienes la responsabilidad de que haya comida medianamente sana (siempre puedes recurrir al telechino), de abrir y cerrar las ventanas para que no se convierta ni en una cueva ni en un asadero de personas, de limpiar tu ropa, de fregar, barrer y demás actividades que impiden que tu casa se convierta en la pocilga de los records guiness, etc… En España cada tres meses cambian la ley de educación pero ¿para cuando una asigantura donde expliquen cómo se barre, cómo y con qué se friega el suelo, las ventanas, el vater…? Es la gran espinita de la educación en España, país de familias desestructuradas e inmigrantes con título universitario limpiando nuestras casas.

Pero ahora vuelve septiembre, a la carga como todos los años, llenos de prisas, de exámenes, de depresiones, de jerseys y de padres; que aunque por un lado echas de menos (¡¿¡en qué carrera enseñan a dejar la ropa tan suave y que huela tan bien?!?) no pasa ni una semana para que ya estés harto de ellos, de que te desborden tu antiorden, de que desbaraten las manías de limpieza y organización que has adquirido durante tu corta, pero intensa, vida de soltero independiente. El día 3 de septiembre ya estás deseando que llegue otra vez agosto y tú, en tu afán de jovenquediceestudiarynohacemásquefiestear o urbanitaconvencidoquepiensaqueMadridenveranoeslomás (si los alemanes juntan las palabras nosotros no podemos ser menos, que somos jóvenes oiga) te conviertas en amo de tu hogar y, por ende, de tu ciudad junto con toda esa banda de jóvenes descarriados, abandonados a su suerte en la urbe y, aunque los medios no lo admitan, muy muy JASP: Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados. Porque nosotros lo valemos, ¿o no?