Vida de parque
Hoy lo que parecía un día más, de cañas y tapas, se ha convertido en una locura de melancolía. ¿Por dónde empiezo antes, por el pasado o por el recuerdo? Comencemos por lo que ya pasó; corrían los albores de este milenio cuando aún era legal beber en la calle, la vida de parque reinaba en mi barrio. Recuerdo noches y noches de música, de alcohol y de simbiosis con el resto de mis cohabitantes: todos éramos uno y uno solo no era nadie. Noches en las que a las 3 de la mañana aún estábamos con nuestras guitarras, nuestros litros de cerveza, nuestras manos entrelazadas y el silencio rodeándonos. En particular me viene a la mente una noche en la que un amigo y dos colegas suyas del grupo de canto estuvieron dejando salir de sus gargantas el Lacrimosa del Requiem de Mozart. Conocías a todo el mundo y el reloj no tenía sentido.
Las cosas han cambiado, el parque que fué abono de ilusiones, de sueños, de amistades y de vuelcos de corazón ha muerto; en estos días ya nadie campa sus briznas ni respira el oxígeno de sus árboles hora tras hora. Pero hoy las cosas han cambiado.
Estábamos en el bar donde siempre estamos, “La Playa” que suena a sueño madrileño de oir las olar desde la ventana, cuando poco a poco fue llegando gente que recordaba del instituto, del parque, de la vida que llevaba hace 5 años. Y uno, Zape, que está estudiando fuera, tenía una guitarra. Pablo, el dueño del bar que nos hospeda como el mejor las tardes y noches que pasamos en su negocio, estaba encantado por tener a alguien dispuesto a subirse al miniescenario que hay y tocar canciones de recuerdo para poder apagar el reggaeton que tanto se pide hoy en día. A las 3 de la mañana quedábamos nosotros, algún cliente con ganas de algo distinto y el cierre echado; ¿poco? suficiente como para seguir recordando canciones de la época en la que el parque estaba vivo, lleno de gente con ganas de vivir cada día una aventura diferente. Sonaron Zombie de The Cranberries, algunas de Bob Dylan, Sabina y demás clásicos… ¿Por qué sé que fue distinto? Al marcar el reloj la medianoche lo metí en el bolsillo para que, al no tenerlo atado a mi mano, no me atara a él.
Particularmente creo que hay cosas que han muerto y que, quizás por no contener a una panda de maleducados, no podremos dejar como legado a nuestros hijos: un mundo en el que disfrutar al y del aire libre, conocer al resto de gente que convive contigo en tu barrio, qué cosas les preocupan y qué sentimientos tenéis en común. De nuevo, particularmente echo muchas cosas de menos de la época del “botellón”. ¿Y tú, echas algo en falta? ¿Tomarte una cerveza en un parque sin sentirte un criminal? ¿El no poder dormir por la noche porque los tamborileros de turno arman ruido? ¿Aquella persona con quien compartiste césped y labios? Lo bueno del mundo es que cada uno tiene su propia historia.