La huida del druida (que siempre vuelve)
Hoy, dentro de 30 minutos, tengo la última clase de la carrera… Ufff, no sé si sentir alegría o pena. Ya comenté el otro día que estos tres años han sido increibles, mi vida ha cambiado mucho y casi todo para bien. Quizás porque sé que tendría morriña si me fuera de aquí he decidido empezar el año que viene otra especialidad mientras termino el proyecto.
Tres años pasando la mayor parte del día en un sitio hace que sientas como tuyos pasillos, aulas, pero sobre todo a la gente. Poco a poco, comida tras comida, hemos formado una gran familia de unas 30 o 40 personas con las que te sientes como con tus hermanos. Compartes ilusiones, miedos, alegrías y calendario. Es como una convivencia casual, porque si te lo planteas ¿cómo hemos ido a parar todos al mismo grupo? Selectividad, una elección y luego una elección dispersa en el tiempo en la que un montón de gente se va metiendo poco a poco dentro de tí, de tu corazón y en tu pensamiento del día a día. Incluso esto llega más allá del alcance del Sol y me doy cuenta de que he compartido muchas noches: unas de fiesta, otras en vela, y otras en sueños. Porque, queramos o no, la gente que nos importa se mete en nuestros sueños por una rendija del tamaño de una neurona, del tamaño de un sentimiento… Es lo bueno de la amistad, que de tan incorporea que cabe por cualquier sitio, es tan grande que no llega a caber en la más inteligente y despierta de las mentes.
Por no querer perder todo esto así, de la noche a la mañana, he tomado la decisión de dejar para más adelante mi huida de la Escuela… Porque sin esto no sería lo mismo, porque sin vosotros el mundo, de complejo, se revolvería sobre si mismo convirtiéndose en algo que, seguro, sería mucho menos colorido de lo que ha sido estos tres años…
¡¡¡Per molts anys!!!