Espías en la noche
Hoy mientras volvía de la universidad, en el segundo vagón del tren que iba a Cercedilla, pensé por un momento que era invierno. La oscuridad del túnel que recorre Madrid de punta a punta, sus luces naranjas… En invierno, por haber más noche que día, y pasar la mayor parte de este encerrado entre cuatro (o más) paredes, tengo la sensación de que es realmente en la noche cuando hay vida, cuando Madrid se despierta y te muestra su verdadera identidad. Me gusta la noche.
Como voy a la universidad en el turno de tarde y este cuatrimestre no entro ningún día antes de las 12.30 am decidí vivir de noche. Aunque, ni de lejos, hay tantos planes entre semana como otros cuatrimestres, las noches las paso en mi habitación frente a la pantalla que tengo delante de mis ojos ahora mismo, sea tumbado viendo alguna peli o sentado navegando. Veo muchas ventanas desde aquí y es curioso ver cómo las luces se van apagando, poco a poco. Normalmente hay un “bajón” cuando acaba el prorgama de Sardá y el de Buenafuente; y a las 3.30 de la mañana ya no queda normalmente ninguna encendida… salvo la mía.
Ayer por la noche debían correr las cuatro de la mañana cuando me dí cuenta de que había una luz encendida en un salón. ¿Otro nuevo noctámbulo? ¿Sería un espía? Con esta última paranoia en la cabeza tenía ganas de averiguar más: como estaba bastante lejos y no acertaba a ver si había alguien mirándome o no tenía dos posibilidades: una, ir a por unos prismáticos o una cámara con mucho zoom, dos, saludarle de forma agitada y ver si se producía algún movimiento. Hice esto último y supongo que ningún espía a quien salude su espiado se queda quieto sin más (a no ser que esté muy entrenado en las oscuras artes de los espías) por lo que descarté que fuera ese tipo de persona. Bueno, otra noche de mi vida libre de voyeurs; de todas formas no creo que nadie tenga mucho interés en saber qué hago despierto a las 3.30 de la maña… ¿o sí?