Miradas bajo la superficie
Estás en un asiento, algún vagón en algún punto de la geografía subterranea de tu ciudad. Quizás tienes sueño, quizás aun retumban en tus oidos la música de la última madrugada; quizás tu cerebro se encuentra tan adormecido que no te has percatado de que, un par de asientos más a la izquierda, en frente tuyo, una persona te dedica sus miradas. También es posible que sí te hayas dado cuenta y que nada más ver esos ojos te haya dado la sensación de ser la única persona en todo el vagón que se ha dado cuenta de lo increibles que resultan sus ojos. Creo que cada uno tenemos nuestro tipo de persona que siempre nos encanta, al menos en un primer momento.
Así que tenemos a una persona maravillosamente especial, con una vida interior floreciente, con unos platos favoritos, con su manía delicada de vestirse, con unos caminos que de tanto haberlos recorrido ya los ha impregnado del color de su mirada… Y está frente a tí; te está mirando, y no sabes qué hacer porque tú también la estás mirando. ¿Podría ser que ella estuviera deshilachando el mismo hilo mental que tú?
Me gustaría sonreir, pero mis músculos no responden; sólo mis ojos, sin mi consentimiento, alejan mi mirada de un libro para ir a parar a los suyos. Tú también le dedicas miradas pero con un sentimiento de culpa, de no deber hacerlo, … Y temes que pase lo que acaba pasando: las dos miradas se cruzan, se encrespan los labios en una sonrisa cuyo origen está entre el estómago y el corazón.
No os diréis nada; quizás os bajéis en la misma estación y, agolpados contra la puerta, acerques tu cara por detrás para poder oler su pelo y sentir, un par de centímetros más cerca de lo que impone la educación, la espidermis su cuello.
Esto a mí me pasa una o dos veces por semana… Quizás algún día me lance, escriba algo en un papel, y lo deje caer en su bolsillo.