Mis pies y la delicadeza
La relación con los médicos siempre ha sido extraña para mí. Esas personas que conocen tu cuerpo mejor que tu mismo, esas personas que te hacen sentir tan raro: miedo y confianza… Esto viene porque ayer fui al podólogo. A la podóloga mejor dicho. Era una experiencia que nunca había tenido; afortunadamente no he tenido que pasar por demasiadas consultas, y ésta era una de las que nunca había pisado.
Todo fue a raiz de que mi madre llevara varios meses (¿años?) diciéndome que los pequeños granitos que surgen al principio de la primavera no eran normales y fuera al podólogo. Finalmente fui, y la médico resultó ser una chica con cara de ángel. Ahí me tienes, tumbado en la camilla (rollo dentista), con los pies remangados y sin saber qué decir… Esa persona de cara blanca, cabello corto y oscuro, sonrisa escondida y manos de porcelana estaba “trabajando” mis pies. Sus manos trataban mis pies como un niño que acaba de recibir el juguete que llevaba un año entero esperando y no se atreve a tocar; como Lucien, el tendero de la tienda que hay en el portal de casa de Amelie quién, según el narrador:
ll attrape les endives comme des objets précieux, …car il aime le travail bien fait.
“Atrapa las endivias como si fueran objetos preciosos, … porque le gusta el trabajo bien hecho”
Esa persona parecia amar su trabajo, aunque para muchos pueda parecer incluso nauseabundo. La delicadeza que sus manos expresaban al dar crema, cortar las uñas o quitar durezas a unos pies era como si la luz de algún elegido te rodeara de los pies a la cabeza. Esto no tiene nada que ver con el amor hacia una persona, sino con el amor hacia lo que una persona puede llegar a demostrar. No sé si será que me estoy volviendo loco y veo cosas donde no las hay; pero creo que el mundo está lleno de gente especial y lo demuestran a través de cosas cuya visión se consigue prestando sólo un poquito de atención.
Creo que algo inexplicable en mis pies durará al menos unos días… Por cierto, ¿por qué la palabra “pie” suena tan mal?